lunes, 1 de abril de 2013

Conceptos fundamentales sobre el apego temprano


Bowlby (1989) define el vínculo de apego como distintas formas de conducta del infante cuyo objetivo es el logro o la conservación de la proximidad con su cuidador principal o algún otro al que se considera más capacitado para enfrentar al mundo, lo que se hace más evidente en situaciones de estrés. Es entonces un sistema conductual organizado y un vínculo emocional y afectivo entre una madre o cuidador y un niño (Cantón & Cortés, 2005), de esta forma el carácter afectivo y la pauta que lo organiza se mantienen pese a que las conductas de apego varíen (Marrone, 2001). De este modo se constituye en un proceso de interacciones que regulan el estrés y la ansiedad fisiológica y psíquica del infante, conformado por contactos físicos recurrentes y sostenidos en el tiempo, las cuales son además recíprocas, es decir, de la madre hacia el bebé y del bebé hacia su madre (Altmann et al., 2001).

El vínculo de apego es posible conceptualizarlo como un vínculo duradero entre un niño y la madre, con función adaptativa y de supervivencia (Cantón & Cortés, 2005), donde las conductas de cuidado y atención de la madre cumplen la función de regular la organización afectiva del bebé. Por lo tanto el vínculo de apego temprano permite regular y equilibrar los desórdenes fisiológicos, conductuales, afectivos y cognitivos del niño en desarrollo (Lecannelier, 2006).
Este vínculo se forma a lo largo del ciclo vital de la persona, pudiendo distinguirse del bonding o apego precoz, que se produce al momento del parto entre la madre y el bebé; por ello el vínculo temprano se desarrolla a través de los cuidados sensibles, estables y continuos de la madre a su hijo y no sólo por determinadas conductas aisladas (MINSAL, 2008).

Además se constituye en un proceso de establecimiento de vínculos a través de las experiencias tempranas, que brindan a un niño seguridad y protección, estas experiencias serán internalizadas de tal forma que darán lugar, en el adulto, a ciertos modelos de comportamiento psicosocial (Casullo & Fernández, 2005). De este modo la experiencia del bebé con su madre o cuidador principal juega un papel esencial en la forma posterior de establecer vínculos afectivos (Garrido-Rojas, 2006).

Los primeros vínculos de apego están formados a los siete meses de vida y se forman hacia sólo una o pocas personas, de este modo, los vínculos se forman tanto como producto de interacciones con adultos que maltratan como con aquellos adultos con alta sensibilidad (Main, 2000).

Es posible distinguir el vínculo de apego de otras relaciones importantes en la vida de una persona. Por un lado, el vínculo de apego provee pertenencia, seguridad y protección, mientras que las relaciones afectivas entregan compañía, gratificación, permiten compartir intereses y experiencias y permite el desarrollo de sentimientos de competencias y asistencia (Casullo & Fernández, 2005).

En cuanto al desarrollo del vínculo de apego se sabe que el bebé nace no sólo con reflejos innatos, sino que además poseen variadas habilidades psicológicas, afectivas y sociales, lo que le permite orientarse y comunicarse con otros seres humanos, en especial con la madre (Lecannelier, 2006). Es por ello que ya a los tres meses de vida, el bebé puede reaccionar de forma preferencial hacia la madre, es capaz de sonreírle, vocalizar con prontitud y seguirla con la mirada por largo tiempo (Bowlby, 1998).

Un concepto importante de diferenciar es la conducta de apego, la cual está formada por diferentes respuestas instintivas del hijo cuya función primordial es la de vincularlo con la madre. Estas respuestas maduran en forma relativamente independiente hacia los doce meses de edad, pero cada vez más se van integrando hacia la figura cuidadora, siendo éstas activas y no pasivas en el repertorio de conductas de un ser humano. Estas respuestas son la succión, el agarre, los gestos, el llanto, el seguimiento y la sonrisa (Cantón & Cortés, 2005), por lo tanto las conductas de apego son observables y cuantificables. La retroalimentación que recibe el bebé como premio a su esfuerzo marca en gran medida la protección y seguridad necesaria para la posterior exploración (Enríquez et al., 2008).

Por otro lado, cuando se inician las respuestas innatas, pero la madre no está presente o no alcanza su meta, el hijo experimenta ansiedad, oscilando ésta hacia dos polos, una ansiedad con nivel muy bajo (o ausencia), generando la impresión de pseudo-independencia, o bien una excesiva ansiedad, en el marco de experiencias adversas de amenazas de abandono o de rechazo (Cantón & Cortés, 2005), de este modo la ansiedad de separación se origina por una desregulación en el apego entre el bebé y su cuidador (Enríquez et al., 2008).

Las respuestas innatas del hijo hacia su madre se configuran en sistemas conductuales, cuyo objetivo es alcanzar ciertas metas específicas, adaptándose de acuerdo a las circunstancias ambientales, y cómo veíamos, el fin último es la sobrevivencia del organismo y su protección, regulando la búsqueda de cercanía y proximidad y la necesidad de explorar según la situación en que se encuentre el niño (Cantón & Cortés, 2005). En este contexto, como señalábamos anteriormente, la ansiedad surge por la amenaza de pérdida de la madre y por la inseguridad en la relación de apego con ella (Marrone, 2001). Es posible observar la conducta de apego del bebé en la necesidad de mantener la proximidad con su madre, por ejemplo, cuando ella desaparece de su vista y alcance; esto se observa alrededor de las diecisiete semanas de vida, donde el bebé inicia el llanto cuando la madre se aleja y, a los tres meses de edad, cuando presenta conductas de seguimiento (Bowlby, 1998).

No hay comentarios:

Publicar un comentario