viernes, 25 de junio de 2010

Comunicación Afectiva en la Familia

La mayoría de las familias presenta una comunicación efectiva entre sus miembros, sea por medio verbal o no verbal, por lo que se dice y por lo que no se dice; sin embargo, muchas de ellas no mantienen una comunicación afectiva, es decir, la capacidad para escuchar activamente desde los emocional y desde lo racional en una postura de genuina aceptación por lo que les sucede a cada uno de sus miembros.

La comunicación afectiva propicia un ambiente de respeto entre padres e hijos, por cuanto se reconocen errores y se acepta al otro en su conflicto.

El adulto en este sistema debe ser capaz de escuchar al hijo, en especial, cuando se encuentra en situaciones difíciles y problemáticas para él. La escucha del adulto debe estar en sintonía emocional con el niño, con una postura física acorde, mostrando explícitamente señales de respeto, de atención y de comprensión, evitando los juicios de valor.

Del mismo modo, el adulto debe acoger y respetar las emociones del niño, que en situaciones difíciles suelen pertenecer al polo negativo. Las principales emociones de los niños en estas situaciones son el miedo y la rabia, pero pueden aparecer otras tales como desesperanza y decepción.

Por otro lado, se debe ofrecer al menor ayuda para la búsqueda de soluciones a su problema, de modo de que sean observadas de forma objetiva y neutral, para que el niño también pueda observarlo.

Asimismo, un adulto debe mostrarse empático, colocándose en el lugar del niño en forma genuina y respetuosa. De este modo, logrará sintonizar emocionalmente con el menor, comprendiendo que sus rabias, miedos o penas son difíciles de sobrellevar sobretodo si se cuenta con menos recursos cognitivos y emocionales para elaborarlas. Para esto es útil recordar en términos afectivos la propia infancia, y lo que se sentía a esa edad.

Finalmente, un adulto debe siempre operar desde la fe en la honradez y veracidad del relato del niño, creyendo lo que ese niño siente y experimenta.