Por
lo general, no se puede hablar de estructura de la personalidad en los niños,
ya que no se encuentra integrada hasta la adolescencia. Sin embargo, desde la
mirada del psicoanálisis, se puede definir ciertos funcionamientos mentales,
sean neuróticos, limítrofes o psicóticos, desde la infancia y adolescencia, de
acuerdo a su desarrollo emocional, social y moral. El criterio para definir
estos funcionamientos mentales son los mismo que para los adultos, siempre
teniendo presente el curso de desarrollo normal y lo esperado para cada etapa
evolutiva.
Lo
más relevante en este período es que el tipo de funcionamiento puede variar
significativamente, producto de intervenciones terapéuticas o por experiencias
sanadoras (lo que llaman “cura espontánea”) o perturbadoras. Por ello el tipo
de funcionamiento mental puede ser observado a través de ciertos indicadores
como la capacidad de adecuación a las situaciones de examen psicológico,
pudiendo discriminar el niño entre lo que es fantasía de lo que es realidad,
además se observa el grado de tolerancia a la frustración, los niveles de
adaptación generales y la capacidad para establecer un vínculo colaborador con
el profesional que lo observa. Este último punto es esencial, ya que el no
poder vincularse con otros es el indicador más común de esta patología.
Por
otro lado, un niño con un funcionamiento mental tendiente a lo psicótico, se
observa seriamente perturbado, con inhibición total o una desorganización de la
conducta, como se caracterizan por la dificultad para adecuarse a la realidad,
distorsionan los vínculos con los otros, observando en ellos personas u objetos
que no son en la realidad. Se ha descrito además que estos niños presentan
sueños y fantasías habitadas con personajes en extremo crueles, tanto hacia sí
mismos como hacia otros.
Otras
características de estos niños son las estereotipias o perseveraciones en las conductas
verbales, siendo común los neologismos, las actitudes extrañas o grotescas.
Debido a todo lo anterior lo más frecuente son los fracasos a nivel escolar
producto de la dificultad en el aprendizaje.
Un
menor con un funcionamiento mental que tiende a lo limítrofe presenta
inhibiciones o inadecuaciones en su conducta, pero no evidencian una ausencia
total de discriminación entre fantasía y realidad, por ello no presentan
conductas bizarras.
Del
mismo modo, la crueldad en los personajes de sus fantasías y sueños es menor,
aunque la violencia no está totalmente ausente. Por otro lado se puede observar
alteraciones de la imagen corporal y de la imagen psicológica de sí mismo.
Existe
en estos niños una predisposición a desarrollar trastornos depresivos,
ansiosos, de conducta y otras dificultades de rendimiento escolar, que no son
producto de deficiencias intelectuales.
Por
último, los niños con un funcionamiento mental de tipo neurótico se adecuan a
la realidad que los rodea y por ende a las situaciones de examen diagnóstico.
Su capacidad de tolerancia a la frustración, de aprendizaje y el manejo de sus
fantasías dependen de las características particulares de cada niño y de las
áreas que se encuentren en conflicto, aunque por lo general se dan buenos
resultados. Así cuando existen conflictos en un área psicológica se observará
mayor distorsión y rigidez, pero en el resto su funcionamiento será adecuado,
con personajes en su fantasía y sueños con elementos amorosos y agresivos
integrados.
La
configuración más clara de los rasgos que determinarán la personalidad final se
pueden observar a fines de la adolescencia. Debido a las variables propias del
desarrollo estos rasgos suelen ocultarse durante la infancia, a pesar de ser
posible observar rasgos desadaptativos en este periodo.
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